La última etapa de la vida del hombre, se caracteriza por el deterioro de muchas de sus funciones, la aparición de nuevos problemas físicos y en varios casos por una situación de dependencia.
En el caso de las personas con discapacidad, la vejez acentúa aun más sus discapacidades y su dependencia de otros.
Los cambios son físicos pero también de otra índole: actividades nuevas, cese de la vida laboral, distinto nivel de ingresos, fallecimiento de amigos y seres queridos…
Estos nuevos factores afectan a la arquitectura de los espacios en los que se desenvuelve. La vivienda habitual puede resultar excesivamente grande, o en ella aparecen barreras arquitectónicas que dificultan su utilización: escaleras, un baño inadecuado, una puerta estrecha…
En muchos casos, la persona de edad no es capaz de desenvolverse por sí mismo y se hace necesario el traslado a una residencia.
Hemos de pararnos a reflexionar sobre el profundo cambio que supone el abandono de la vivienda habitual y el ingreso en una residencia: nuevos horarios, nuevas rutinas, convivencia con otras personas, falta de privacidad, desarraigo, alejamiento de los lugares familiares, falta de objetos personales y de las amistades del barrio,…
En muchos casos estos cambios afectan negativamente a la autoestima del anciano, incidiendo en su salud física.
El diseño de un geriátrico ha de ser, en primer lugar, accesible a todos los usuarios, teniendo muy en cuenta las necesidades específicas de la vejez y la prevención de accidentes, pero también ha de ser un espacio que motive a la persona anciana, que le estimule a la participación y que permita las relaciones sociales.
Es frecuente que el anciano tenga que recurrir a ayudas técnicas para mejorar su movilidad: bastones, silla de ruedas… a la hora de dimensionar los pasillos y los pasos de puerta hemos de tenerlo muy en cuenta.
La discapacidad motora puede ser debida a diversas razones: traumáticas, neurológicas, complicación de antiguas lesiones,… Esta discapacidad se ve agravada por el deterioro de otras funciones como la vista y el oído, que complican aun más la movilidad y la independencia de la persona de edad avanzada.
La falta de fuerza hace que resulte difícil realizar tareas como levantar y trasladar objetos, y hace que tampoco puedan hacerse esfuerzos continuados, como por ejemplo mantenerse en pie durante el baño o pasear sin cansarse. Otras tareas se ven también afectadas: agacharse, intentar coger objetos altos, sortear obstáculos
Medidas paliativas:
La capacidad visual disminuye con la edad, tanto para la visión cercana como a la lejana.
Se reduce la capacidad de apreciación del contraste de los objetos con los fondos, y aumenta la fotosensibilidad y los deslumbramientos provocados por superficies brillantes y acabados muy pulidos.
Se produce un aumento del tiempo necesario para adaptarse a cambios bruscos de iluminación, por lo que debe procurarse un nivel constante, o establecer zonas de transición entre locales de alta y baja iluminación para dar tiempo a la adaptación.
Disminuye también la capacidad para distinguir colores similares (por ejemplo azules y verdes). A la hora de escoger colores para elementos de guía o señalética debemos escoger combinaciones con mayor contraste.
Tenemos distintas soluciones para paliar esta discapacidad:
Con la edad disminuye la capacidad auditiva. Esta discapacidad afecta gravemente a las relaciones sociales y a la comunicación, pudiendo provocar casos de aislamiento o depresión.
Esta disminución avanza lentamente, lo que hace que el usuario no se de cuenta de ello al irse adaptando a la pérdida auditiva, hasta que se llega al punto en el que la comunicación se ve gravemente afectada.
Por lo general se trata de una pérdida auditiva idéntica en todas las frecuencias, por lo que se puede compensar con un aumento del volumen. En otros casos disminuye la capacidad de entender el sonido, independientemente del volumen.
Disminuye también la inteligibilidad, de tal manera que un usuario de edad avanzada tarda más en procesar la información que escucha que un usuario más joven.
El ruido de fondo y la reverberación excesiva contribuyen a dificultar la audición y la inteligibilidad.
Como medidas paliativas tenemos las siguientes:
La pérdida del gusto y el olfato tiene consecuencias en la dieta de las personas de edad avanzada y en el disfrute de los alimentos.
La pérdida de la capacidad olfativa hace necesaria la instalación de detectores de humo y de gas, ya que el usuario no será capaz de detectar estos olores con rapidez.
Medidas paliativas:
Tal vez es una de las pérdidas en las que menos reparamos a la hora de diseñar o elegir equipamiento para una instalación geriátrica, pero veremos que resulta de gran importancia.
Es frecuente que la persona anciana experimente pérdida de sensibilidad en sus manos, teniendo dificultades para diferenciar texturas y formas, o para percibir superficies frías o calientes, así como para percibir una presión.
Por otro lado se reduce la destreza manual, no pudiendo realizar movimientos finos y precisos, ni otras maniobras básicas como agarrar, hacer pinza o girar la muñeca. Estas operaciones se ven agravadas por la falta de sensibilidad y por la disminución de la fuerza física.
Entre las tareas que se ven afectadas podemos señalar las siguientes:
Las quemaduras, por su lento proceso de cura y en especial si son de cierta importancia, resultan muy incapacitantes para la persona anciana, por lo que se debe prever el diseño y la correcta protección de cualquier elemento que pueda ocasionarlas: radiadores, tuberías de agua caliente, electrodomésticos, hornos, cocinas,…
Sugerencias para paliar estos efectos:
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